SAN ANDRÉS DE TEIXIDO
Bueno es empezar un recorrido mágico por los mitos y leyendas hispánicos abordando las tierras gallegas, donde secularmente se han albergado los ingredientes que configuran lo prodigioso, lo misterioso, lo ultraterreno, en historias en las que se asocian las creencias paganas más remotas, muy anteriores al Cristianismo, con las nacidas a la luz del Evangelio. Y, en no pocas ocasiones, mitos y leyendas se superponen, afincándose con fe de carbonero en la superstición popular, constituyendo herencia ancestral que habla de portentos, de pasmos, de almas muertas que reviven en cuerpos de alimañas. Todo esto se asocia vigorosamente en el legendario misterio de san Andrés de Teixido, santo que tiene su culto en un santuario sobre la sierra de Capelada, a la vera del cabo Ortegal, en la vecindad de Cedeira y con un fondo de mar bravío que se estrella en los acantilados de la costa. Como lugar de peregrinaciones, dado el imán del santo milagrero, compitió con Compostela ya que, según los entendidos, Sánchez Dragó a la cabeza, «San Andrés propiciaba el jubileo más gozador, promiscuo y popular». La propagada creencia en las virtudes benéficas del santo deTeixido y lo perentorio de acudir a su romería, hizo acuñar la sentencia de que «A San Andrés de Teixido vai de morto o que non foi de vivo». La tanatolatría estaba servida.
La leyenda de Andrés nace con el prodigio de la navegación del Santo Varón, quien avistó la costa de los promontorios navegando en una barca de piedra, desafiando todas las leyes de la flotabilidad. Esto de las embarcaciones de granito, como navíos portadores de pilotos espirituales, se hizo extensivo al apóstol Jacobo llegando a Iria Flavia y a la Virgen, atracando en Muxía y convirtiéndose en Nuestra Señora de la Barca. Y más al norte de nuestro continente, san Brandan fue visto a bordo de otra nave pétrea, empeñado en alcanzar las costas armoricanas para evangelizar a sus naturales infieles. En el caso del santo que nos ocupa, su llegada estuvo motivada por una sana competitividad: era intolerable que el culto al Señor Santiago en su feudo de Compostela hubiera dejado en la indigencia de fieles al de San Andrés. Y su prédica y sus prodigios fueron de tal alcance y vigor, que dieron pie al refrán antes citado. Lo de «ir de muerto el que no fuera de vivo» abre la puerta al milagro de la reencarnación, ya que los difuntos retornaban convertidos en bestezuelas, en salamandras, en lagartos, sapos o pájaros ya que en esto de la trasmigración de las almas no hay código que impida el albergue de las ánimas en las más impensadas especies o bichos. El santo se ofrece a sus romeros en una imagen reducida al tamaño de un busto que, al parecer y según su leyenda, fue traído por un peregrino compostelano deseoso de descongestionar Compostela y desagraviar a San Andrés, escaso de fieles.
La devoción que inspira el santo se muestra en la afluencia de romeros que se acercan a la ermita, atraídos por sus prodigios que, ejercidos sobre un trasfondo dionisiaco, están relacionados con los eternos temas del amor, la fertilidad, la salud y la muerte. En las cercanías de la ermita, según escribe Carlos Pascual en su excelente Guía sobrenatural de España, se recoge la famosa herba namoradoira que es guardada celosamente por las mociñas solteiras, con la esperanza puesta en un próximo casorio. Y también se da la planta, a la que se conceden efectos preñadores y cuya ingesta hace fértiles a las infértiles.
La existencia de este clima mágico-erótico propicia, en las romerías, la creación de un ambiente bullanguero, proclive a una promiscuidad que, entre danzas y aturuxos, facilita la fornicación, el holgar de las parejas que hacen verídica la aleluya: «Muchos van a San Andrés / en devota romería. / También fueron Gil e Inés / y en tan amable armonía / que los dos se vuelven tres». Lo que acredita la leyenda de la fertilidad de las plantas, aunque para su cumplimiento se precisen requisitos de coyunda. Más sintéticamente, el refrán en vernáculo abunda en la tesis de la fecundidad cuando dice: «A San Andrés van dous y venen tres: milagros que o santo faes».
Lo de «ir de muerto» se toma tan al pie de la letra, que las familias que tienen un difunto se acercan a su sepultura y lo llaman y convocan para que se apreste al viaje. Y a la invisible compañía se la provee de un billete para el autobús del transporte o se le deja un asiento libre en el automóvil o en el carro; o se la considera fantasmal acompañante en la caminata, cuidando de darle palique en el trayecto.
Culto significativo entre los que se profesan a este venerado santo es la llamada «procesión de los ataúdes», a la que concurren enfermos graves, quienes ofrecen en pro de su curación acudir a la romería portando su propio féretro, y de esta devoción queda constancia en los ataúdes que se almacenan en la iglesia, entre los que no faltan pequeñas cajas de muerto pintadas de blanco, ofrecidas por devotos padres de un infante al borde de la muerte.
Desde tiempo inmemorial, la romería a San Andrés de Teixido es un recorrido iniciático de fieles entre los que flota el lamento al Señor de un santo que, sintiéndose postergado, se dirigió al Sumo Hacedor con estas palabras:
-Maestro, estoy triste porque mientras todos van a peregrinar ante el apóstol Santiago, procedentes de las más lejanas tierras arrostrando penalidades sin fin, nadie viene a mi santuario siendo yo no menos discípulo fiel de Ti, y no menos capaz de obrar prodigios en bien de los creyentes.
A lo que Nuestro Señor, conmovido, le contestó:
-Dices bien, Andrés. Y no serás menos que Santiago. Te prometo que, en el futuro, nadie gozará del reino de los cielos sin que haya visitado tu santuario y ofrecido su devoción, al menos una vez en la vida. Y el que no lo haya hecho de vivo, tendrá que hacerlo de muerto.
Y así nació el proverbio.
MITOS Y LEYENDAS DE ESPAÑAde Rafael Abella
La leyenda de Andrés nace con el prodigio de la navegación del Santo Varón, quien avistó la costa de los promontorios navegando en una barca de piedra, desafiando todas las leyes de la flotabilidad. Esto de las embarcaciones de granito, como navíos portadores de pilotos espirituales, se hizo extensivo al apóstol Jacobo llegando a Iria Flavia y a la Virgen, atracando en Muxía y convirtiéndose en Nuestra Señora de la Barca. Y más al norte de nuestro continente, san Brandan fue visto a bordo de otra nave pétrea, empeñado en alcanzar las costas armoricanas para evangelizar a sus naturales infieles. En el caso del santo que nos ocupa, su llegada estuvo motivada por una sana competitividad: era intolerable que el culto al Señor Santiago en su feudo de Compostela hubiera dejado en la indigencia de fieles al de San Andrés. Y su prédica y sus prodigios fueron de tal alcance y vigor, que dieron pie al refrán antes citado. Lo de «ir de muerto el que no fuera de vivo» abre la puerta al milagro de la reencarnación, ya que los difuntos retornaban convertidos en bestezuelas, en salamandras, en lagartos, sapos o pájaros ya que en esto de la trasmigración de las almas no hay código que impida el albergue de las ánimas en las más impensadas especies o bichos. El santo se ofrece a sus romeros en una imagen reducida al tamaño de un busto que, al parecer y según su leyenda, fue traído por un peregrino compostelano deseoso de descongestionar Compostela y desagraviar a San Andrés, escaso de fieles.
La devoción que inspira el santo se muestra en la afluencia de romeros que se acercan a la ermita, atraídos por sus prodigios que, ejercidos sobre un trasfondo dionisiaco, están relacionados con los eternos temas del amor, la fertilidad, la salud y la muerte. En las cercanías de la ermita, según escribe Carlos Pascual en su excelente Guía sobrenatural de España, se recoge la famosa herba namoradoira que es guardada celosamente por las mociñas solteiras, con la esperanza puesta en un próximo casorio. Y también se da la planta, a la que se conceden efectos preñadores y cuya ingesta hace fértiles a las infértiles.
La existencia de este clima mágico-erótico propicia, en las romerías, la creación de un ambiente bullanguero, proclive a una promiscuidad que, entre danzas y aturuxos, facilita la fornicación, el holgar de las parejas que hacen verídica la aleluya: «Muchos van a San Andrés / en devota romería. / También fueron Gil e Inés / y en tan amable armonía / que los dos se vuelven tres». Lo que acredita la leyenda de la fertilidad de las plantas, aunque para su cumplimiento se precisen requisitos de coyunda. Más sintéticamente, el refrán en vernáculo abunda en la tesis de la fecundidad cuando dice: «A San Andrés van dous y venen tres: milagros que o santo faes».
Lo de «ir de muerto» se toma tan al pie de la letra, que las familias que tienen un difunto se acercan a su sepultura y lo llaman y convocan para que se apreste al viaje. Y a la invisible compañía se la provee de un billete para el autobús del transporte o se le deja un asiento libre en el automóvil o en el carro; o se la considera fantasmal acompañante en la caminata, cuidando de darle palique en el trayecto.
Culto significativo entre los que se profesan a este venerado santo es la llamada «procesión de los ataúdes», a la que concurren enfermos graves, quienes ofrecen en pro de su curación acudir a la romería portando su propio féretro, y de esta devoción queda constancia en los ataúdes que se almacenan en la iglesia, entre los que no faltan pequeñas cajas de muerto pintadas de blanco, ofrecidas por devotos padres de un infante al borde de la muerte.
Desde tiempo inmemorial, la romería a San Andrés de Teixido es un recorrido iniciático de fieles entre los que flota el lamento al Señor de un santo que, sintiéndose postergado, se dirigió al Sumo Hacedor con estas palabras:
-Maestro, estoy triste porque mientras todos van a peregrinar ante el apóstol Santiago, procedentes de las más lejanas tierras arrostrando penalidades sin fin, nadie viene a mi santuario siendo yo no menos discípulo fiel de Ti, y no menos capaz de obrar prodigios en bien de los creyentes.
A lo que Nuestro Señor, conmovido, le contestó:
-Dices bien, Andrés. Y no serás menos que Santiago. Te prometo que, en el futuro, nadie gozará del reino de los cielos sin que haya visitado tu santuario y ofrecido su devoción, al menos una vez en la vida. Y el que no lo haya hecho de vivo, tendrá que hacerlo de muerto.
Y así nació el proverbio.
MITOS Y LEYENDAS DE ESPAÑAde Rafael Abella
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